En Alcuéscar se configuraron los rasgos más relevantes de mi personalidad. Allí empecé a entender la importancia que en el hombre tienen la familia, su entorno social, económico, religioso y político.
Una de las razones que me llevaron a dejar por escrito estas Memorias fue el desdén con el que se trata el pasado, lo poco que viene sirviendo para mejorar el presente y prevenir el futuro, por parte de los que en cada época están en su presente, la injusticia que cometemos con lo vivido anterior a lo nuestro. Da la sensación de que quienes vivieron antes eran gente extraña a los que están, sin tener en cuenta que todos los modelos de las diferentes vidas permanecen escritos en nuestras almas y nuestro volar no difiere mucho de los vuelos anteriores, en lo fundamental, que no hay antigüedad grandiosa en el fondo, que son las formas las que cambian.
Debemos dejar señales de nuestras vidas y de todas las vidas, porque con ellas saciamos ese afán de pervivencia, esa necesidad de conexión con lo indescifrable, ese deseo “altamirano” de plasmar en nuestras cuevas de hoy la pintura de los bisontes que vamos cazando, esa trasmisión de lo mágico y real que compone el sendero del camino, por el que andamos sin dejar de preguntarnos su final.